El finlandés errante

No había hecho nada malo, ni mucho menos. Todo lo contrario. Sin embargo, algo no encajaba. No dejaba de sentirse como un extraño. Fuera de lugar. Como el gracioso de turno que estropea una instantánea perfecta. Porque en el fondo así era.

Su fallo no había sido ganar la batalla con Aegerter. De hecho, no había cometido ningún fallo. Se trataba de un detalle, una minucia. Por su culpa, el blanco y el azul habían roto la armonía de una estampa rojigualda casi perfecta. De acuerdo, había llevado el delirio a un país al que llevaba años demostrando que no hacen falta cuatro ruedas para ir rápido, que dos son suficientes; pero a su vez había impedido una fiesta mayor: el pleno español.


Aquel domingo, en aquella montaña rusa texana que no dejaba de girar, Mika Kallio fue el polizón del crucero en el que se festejaba uno de los días más gloriosos del motociclismo español. De las diez botellas de champán reservadas para los triunfadores, nueve acabaron en manos de los pilotos españoles. Él se quedó la otra. Y aunque se había hecho acreedor de ella -y lo sabía-, no lograba desprenderse de la sensación de que estaba guardada para otro. Pol Espargaró, por ejemplo.

Pudo haber sido cualquier otro. La abundancia de españoles en el podio era costumbre desde años atrás, pero nunca había sido tan manifiesta como aquel día. El ‘pleno al diez’ ya no era una utopía, cada vez parecía más viable. Sin embargo, las banderas españolas se quedaron en nueve. El ‘intruso’ podía haber sido británico (Redding o Crutchlow), italiano (Rossi), alemán (Folger o Bradl), japonés (Nakagami), Suizo (Luthi o Aegerter), o de prácticamente cualquier punto del globo. Para eso lo llaman Mundial.


Pero no. Tuvo que ser un finlandés el que impidió que España completase un domingo perfecto, en el que además tres de sus invitados habían decidido estrenar sus mejores galas, sobre un escenario también recién bautizado. En un mundo dominado a lo largo de su historia por estadounidenses, italianos, británicos, japoneses y hasta alemanes, la única voz discordante entre las conversaciones en castellano se alzó en suomi. ¿Quién lo hubiera dicho?


El día ya había comenzado con protagonismo de una nación cuyo papel en el Mundial –en lo que a pilotos se refiere- es totalmente secundario desde los tiempos del ahora ‘dakariano’ Jurgen VD Goorbergh: Holanda. La moto de Jasper Iwema se hizo un lío al cruzar el Atlántico y quiso convertirse en toro mecánico, haciendo volar al piloto rumbo a un durísimo aterrizaje que heló la sangre de los allí presentes hasta que su pulgar rompió la estética horizontal que formaban su cuerpo y la camilla.


Todos entendieron dicho gesto como una llamada a la tranquilidad, a excepción de un joven que minutos antes creía haber estrenado su casillero de victorias mundialistas. Álex Rins entendió el símbolo como un “ahora sí, gánales chico”; y por segunda vez derrotó a sus compatriotas: Maverick Viñales y Luis Salom. Estreno y triplete, el día empezaba bien.


Terminó mejor. Estreno y triplete con extra de CRT. Aleix Espargaró puso su ya habitual guinda a un podio inédito que tiene visos de repetirse –en un orden u otro- con relativa frecuencia. Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo, a modo de anfitriones de la fiesta de un podio que ya conocen como el puño del gas de su moto, flanquearon al último en llegar; que se engalanó para asombrar al mundo del motociclismo, que asistió a su esperado bautismo de fuego. Su nombre, Marc Márquez.


Y en medio, estreno y… doblete. La inesperada caída de Pol Espargaró llevó a pensar que los españoles no iban a ser protagonistas del festival intermedio, pero ni por esas. En su idilio estadounidense, Nico Terol trasladó su segunda residencia desde Indianápolis -en cuyo garaje había guardado la 125- a la espaciosa Texas, idónea para aparcar la Moto2. Detrás de él, se presentó Tito Rabat, que vio una puerta abierta y se coló hasta la cocina, demostrando que su estreno puede ser el siguiente.


Eso sí, se le olvidó cerrar; y tras de sí aparecieron Kallio y Aegerter batallando por la última botella de champán. Fue para el finlandés errante, que fiel a su estilo, la descorchó sin hacer ruido. Sabía que no había sido invitado, pero no le importó. Brindó a gusto como uno más, bañó a todo el que estaba a su alrededor, se llevó el cuello de la botella a los labios, y cuando comenzó a notar las burbujas arañando su garganta, cerró los ojos y pensó: “Kippis, Espanja”.

 

Nacho 

 

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